Por Prof. Joaquín G. Puebla
Juan Ángel Brito se fue y no estuve ahí para despedirlo. No pude, no supe cómo ir, no sabía que decir…estaba conmocionado y me sentía solo.
Me refugie, por unos días, en la casa y los brazos de mi compañera de vida. No podía o no quería enterarme de nada más.
Con cada amigo que parte mi soledad es más fuerte, es más profunda. Tengo muchos conocidos pero muy pocos amigos y, Juan, era uno de ellos. Lo respetaba enormemente por sus convicciones, por su entereza y su militancia.
Nuestra amistad no tiene larga data, comenzamos a dialogar en la catastrófica Semana Santa del 2012, donde 4 tornados azotaron a La Matanza. Fueron 15 días intensos para reconstruir, mínimamente, los servicios públicos destruidos por los tornados. Fueron días de trabajo incesante, tratando de resolver los problemas de los vecinos.
Rolo Galván, Fabián Leaños, Juan Ángel Brito, Cristián Jalil y tantos otros funcionarios y trabajadores municipales matanceros que, sin descanso, pusieron el hombro para salir de la emergencia.
En esos días comencé a conocer a Juan y a sus compañeros. Ellos estuvieron 15 días durmiendo en la oficina, entregados totalmente, a resolver la emergencia que enfrentaban los vecinos matanceros.
Con ese gesto, esa entrega comenzaron a ganarse mi respeto y, porque no, mi afecto.
Mis diálogos con Juan eran bastantes circunstanciales, nos cruzábamos y nos poníamos a charlar de miles de temas. En esas charlas me entere de su negocio de libros pero, desde el inicio, me dijo, con ese tono picaresco tan característico de él: “Yo los vendo pero no los leo”. No le creí mucho porque estaba muy al tanto de las novedades literarias y del contenido de las mismas.
Era un laburante total. No solo era trabajador municipal sino que era pintor, vendía libros, militaba y mil cosas más. Siempre con una sonrisa, un comentario jocoso; siempre dispuesto a dar una mano y, aunque también andaba renegando, laburaba para la gente sin parar. Una entrega total a su militancia, a sus convicciones y eso lo implementaba en su laburo como trabajador municipal. No era funcionario ni tenía una jerarquía envidiable, era un simple trabajador municipal matancero que entregaba todo porque estaba convencido que las cosas que hacia estaban enmarcadas dentro de un proyecto mayor. Juan no solo era un militante, era un profundo creyente en lo que hacía y estaba en primera línea; no lo encontrabas sentado en un sillón, siempre andaba de acá para allá resolviendo problemas.
Obviamente, Juan no estaba solo, era parte de un equipo entregado totalmente a su trabajo que hicieron honor a su responsabilidad como funcionarios públicos.
Juan era un tipo de una decencia enorme, me lo demostró mil veces. No flaqueo nunca y, con eso, aumentó mi respeto por él.
No puedo escribir más aunque, hablar de él, da para mucho más. Simplemente no puedo porque se fue y no pude expresarle, en vida, mi afecto, mi respeto y mi admiración.
¡!!Gracias Juan¡¡¡ y un enorme abrazo a su familia, a sus compañeros y amigos.