DON ADOLFO Y SU GUARDAESPALDAS

 

Por Lic. Jorge Amaya

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Por alguna extraña razón, se da el caso de hombres que se dedican a la política por un largo periodo de tiempo y que se convierten paulatinamente en personas desagradables y de muy mal carácter. Esta situación puede tener sus causas en la difícil tarea a la que le han dedicado su vida o, también, a la escasa capacidad de autocrítica pues, normalmente, responsabilizan a su entorno por los pesares que sufren a diario.

No es que este síndrome le suceda a todos aquellos que llegan a encumbrados cargos de un gobierno porque, por ejemplo, dicen que el General Perón fue siempre muy amable con sus subalternos sin que ello implique la demostración de algún rasgo de debilidad en la conducción. Sí, parece ser, que lo que comentamos es sufrido por personalidades de menor valor intelectual o con una endeble personalidad.

 

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Por citar un caso de nuestra historia en referencia a personalidades irascibles es que relataremos la situación vivida por Adolfo Alsina, quien fuera varias veces ministro, gobernador de Buenos Aires y vicepresidente de la Nación.

Por aquellos tiempos, los políticos siempre llevaban un arma consigo y era legal portarlas para defenderse de ataques o agresiones que pudieran recibir en plena calle o hasta en el recinto de la Cámara de Diputados o en algún organismo del Poder Ejecutivo.

 

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Adolfo Alsina, además de ser recordado como un dirigente de prestigio, se sabe que es quien contrató los servicios de ‘guardaespaldas’ del famoso Juan Moreira. Este gaucho, parece, había tenido mala suerte en su vida y se fue convirtiendo de simple campesino en un verdadero asesino y un luchador sin igual con su facón y su poncho.

Alsina lo contrató a Moreira y a otros gauchos pues eran tiempos en que se votaba en las parroquias y a mano alzada y, como se sabe, no es lo mismo votar libremente por el candidato que uno prefiere que tener un puñal en la espalda y verse en la obligación de votar por otro.

El caso es que don Adolfo Alsina era un asiduo concurrente a las reuniones del famoso Club del Progreso. Una noche que se dirigía a su casa percibió que alguien lo seguía, se sintió inseguro pero no quería voltear ni demostrar temor. En la vereda de enfrente un pequeño gato blanco maullaba y le permitió a don Adolfo acercarse y dar la cara a su perseguidor. Finalmente, no hubo ataque pero el político acarició al animalito y se lo llevó a su casa para curarlo pues el animal se quejaba porque tenía su mano quebrada.

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Pasó el tiempo y unos años después don Adolfo regresó a su casa de noche y fue increpado por su esposa Sofía quien, muerta de celos, lo acusaba de infidelidad conyugal.

El caso es que Alsina tomó su arma y se la puso en su propia sien sabiéndola descargada y amenazando a la mujer con suicidarse allí mismo harto ya de los celos infundados de la mujer. Sofía se echó sobre él y le rogó que no lo hiciera, entonces el caudillo apoyó su arma en la frente de la mujer y amenazó con matarla. Ella cerró los ojos esperando lo peor. En ese instante el silencio fue roto por el maullido del gato blanco, entonces Alsina dijo: no moriremos ni tú ni yo, y le apuntó al gato y apretó el gatillo del revólver. El estampido se sintió desde lejos y el pobre gato murió al instante desangrado.

Resta decir que lo relatado no es ficción sino una situación real pero poco conocida de nuestra historia. Si Alsina hubiera apretado el gatillo antes el muerto sería él mismo o Sofía, su esposa.